Martín Jacques Coper
Investigador del Centro COPAS-Coastal y académico del Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción
La naturaleza en Chile nunca duerme. La precipitación registrada en el centro-sur de Chile entre los días 21 y 26 de junio pasados nos remeció con montos completamente fuera del rango observado en los últimos años, particularmente considerando que esta macrorregión experimenta una megasequía desde 2010.
Una configuración atmosférica particular canalizó un flujo muy persistente de humedad desde sectores tropicales del océano Pacífico hacia nuestra región. Para recalcar el gran caudal que transportan estos sistemas (de agua en forma de vapor, no líquida), los denominamos “ríos atmosféricos”. La incidencia prácticamente perpendicular de este flujo en la Cordillera de los Andes –que constituye un magnífico obstáculo orográfico– garantiza la ocurrencia de cuantiosa precipitación.
A pesar de que esto sucedió en invierno, esta misma orientación del flujo de humedad favoreció que la precipitación sucediera en un ambiente relativamente cálido. Con esto, la precipitación en sectores cordilleranos fue líquida y no sólida. Esta condición atmosférica provoca que las cuencas experimenten una acumulación exacerbada de agua en periodos acotados y, así, los caudales aumentan de forma exponencial. Todo esto ocurre en el transcurso de horas y se prolonga por pocos días. Las consecuencias fueron prácticamente inmediatas, y entre las más lamentables, contamos personas fallecidas y miles más damnificadas.
En algunos medios se reporta de “desastres naturales”. Diversas voces corrigen: los desastres no son naturales: una aproximación más rigurosa los califica de “desastres socio-ambientales”. En este sentido, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) ha provisto un marco conceptual para entender el riesgo, en este caso asociado a eventos meteorológicos extremos. El riesgo se compone no sólo de una amenaza (en este caso la persistente y cuantiosa precipitación), sino que también de exposición y vulnerabilidad. Ciertamente, los desastres se materializan cuando hay ecosistemas –y particularmente asentamientos humanos– expuestos a estas amenazas. Más aún, el riesgo aumenta en la medida que estos sistemas sean más vulnerables.
Para efectos de conceptualización y análisis, estudios posteriores desglosan la vulnerabilidad, a su vez, en sensibilidad (el grado de afectación de un sistema ante una amenaza) y la resiliencia. Hilando cada vez más fino, a la resiliencia tributan, por una parte, la capacidad de respuesta del sistema (que apela al nivel de preparación y anticipación) y, por otra, la capacidad adaptativa (que involucra los potenciales aprendizajes). Desde esta perspectiva, resulta evidente que la meteorología extrema es sólo un factor de los desastres.
Entre otros factores fundamentales, claramente están la planificación territorial, la preparación que se haya construido a partir de experiencias previas y los sistemas de alerta oportuna y eficientes hacia la población. Afortunadamente, las ciencias atmosféricas han avanzado a una tasa vertiginosa en el último siglo. Los pronósticos meteorológicos, aunque de diverso grado de precisión (dependiendo de la situación atmosférica y el horizonte temporal que cubren), nos permiten anticipar sorprendentemente bien el desarrollo del tiempo.
Sin embargo, en nuestro país, aún tenemos grandes desafíos: la comunidad científica y tecnológica debe seguir avanzando en la “traducción” de su conocimiento en impactos concretos, y las instituciones estatales deben continuar con el reforzamiento de la comunicación de riesgo. Esto, por supuesto, trasciende los meros pronósticos de eventos extremos (es decir, la anticipación de potenciales amenazas) y deben cubrir también los factores de exposición y vulnerabilidad.
En Chile conocemos una amplia variedad de eventos extremos, y la meteorología concentra varios de ellos: tornados y trombas marinas de otoño-invierno, olas de calor de verano, heladas y precipitación extrema de invierno. La maravillosa y exuberante naturaleza seguirá sin dormir en Chile, pero nosotros debemos aprender a cautelar apropiadamente su vigilia.