Por Natalia Quiero Sanz

“No había teléfono ni internet”,  cuenta Rodrigo Mansilla, “sólo había un teléfono público e internet en la Biblioteca Municipal con cuatro computadores que podías ocupar media hora”.  Y esas eran las únicas conexiones inmediatas con el mundo fuera de una localidad con conectividad vial compleja como su geografía, donde buses interurbanos con horarios y rutas establecidas permitían irse o volver, “pero demorábamos dos días en salir o llegar”, recuerda. Peor, no existía la infraestructura que necesitaba para vivir ni trabajar.

Así describe a esa Caleta Tortel a la que llegó en 2008, poblado en la Región de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo que se definió como el hogar de las operaciones científicas del COPAS Sur-Austral. Y tuvo el reto de transformar en ese hogar que hace 15 años es también el suyo y el que le da a su familia.

Empezar desde cero

Hasta allí Rodrigo llegó con 37 años, largas melena y barba, solo y sin  conocer a nadie. Allí también consolidó su tercer matrimonio, se gestaron y cría a sus dos hijos más pequeños, y hace su vida familiar como uno más de los cerca de 500 habitantes de la austral comuna en que, con los años, ha combinado su trabajo en el COPAS con ser dirigente social e incursionar en la política como candidato a concejal.

Allí llegó con una misión que cumplió con éxito y que amplió. Tenía que empezar la Estación Oceanográfica del Centro desde cero, literalmente, porque no había nada. “La empecé a construir entre agosto de 2008 y la terminé en abril de 2009”, precisa sobre el edificio de dos pisos del que es encargado en todo sentido, como velar para que funcione en cada aspecto o que siempre esté lista para zarpar la embarcación del centro de la que también es capitán.

En el primer piso está el laboratorio del COPAS y en el segundo vive junto a su familia al más puro estilo tortelino. Es que muchísimas condiciones han mejorado, pero nunca se parecerá a otro sitio.

“Ahora hay súper buena conexión. A raíz de la pandemia se mejoró”, cuenta. También el COPAS posee una camioneta que facilita el desplazamiento.  “Aunque, acá no se usa el auto,  todo se hace caminando o en bote”, aclara, ya que cualquier vehículo sólo puede llegar hasta un sector distante 2 kilómetros de la Estación a la que se debe caminar o navegar por un lugar caracterizado por la presencia de pasarelas que hacen de calles y el imponente entorno de la austral Patagonia chilena con su cercanía a la desembocadura del río Baker, el más caudaloso de Chile. “Acá es distinto a cualquier otro lugar”, asegura Rodrigo.

Por ejemplo, para ir a dejar a su  hijo a la escuela debe salir de la Estación en bote para llegar al muelle y luego recorrer pasarelas, haciendo el recorrido inverso para regresar y repitiendo en la tarde.  O, aunque hay una posta rural, no se pueden atender enfermedades o condiciones complejas como los partos y por eso sus dos hijos vieron la luz en otras ciudades y días después de nacidos llegaron a su hogar.

Aunque, no en vano es Tortel uno los destinos patagónicos predilectos para visitantes nacionales y primordialmente extranjeros.

Ciencia extrema

Es que así es vivir  en un sitio recóndito hacia el fin del mundo; así es hacer ciencia y trabajar en una zona extrema. Y extremas suelen ser varias de las áreas de estudio del COPAS, tanto en sus fases pasadas, como la actual y futuras. No siempre es fácil, pero eso no significa que sea malo. Al contrario.

Y esa es la historia de Rodrigo, también de Paulina Montero que vive en Coyhaique desde 2006 o de Nicolás Mayorga que tiene su base en el COPAS en la UdeC y que suelen participar en campañas hacia puntos recónditos. Y los tres ponen voz a las experiencias de más personas que se dedican a la investigación u otros trabajos técnicos o logísticos.

Algunos han tenido cambios radicales de vida como Rodrigo que dejó todo para irse a Tortel donde no había nada; para otros son cambios abruptos momentáneos para participar de campañas. Así que puede ser algo de estilo de vida o del privilegio de estar en un bellísimo entorno a  los que, a veces, ni el turismo ni nada llega.

“Para desarrollar un muestreo oceanográfico se requiere un gran esfuerzo humano y logístico. El trabajo en oceanografía es arduo, es harto”, sostiene Paulina, investigadora del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia desde 2007 y asociada al COPAS desde hace más de 10 años.

“Este es un trabajo que si no te gusta no lo vas a disfrutar. Tener cualquier tipo de accidente en los lugares extremos es preocupante, incluso algo sencillo como un corte, por la higiene”, reconoce Nicolás, encargado del Laboratorio de Oceanografía Física y dedicado a la oceanografía operacional en el COPAS.

Ambos participaron, este 2022, de una campaña con destino al Canal de Ofqui con distintos objetivos científicos-técnicos. Una campaña en una zona extrema, especialmente extrema.

Paulina explica que “Ofqui es un lugar muy recóndito y al que por tierra es muy difícil llegar. Es toda una experiencia científica y personal llegar a esos lugares extremos, donde todo se complica por la distancia con los centros para llevar materiales de laboratorio o acercarse a los puntos de muestreo que están súper remotos”.

Nicolás añade que, en un proyecto pasado hacia el destino se fueron a través del Golfo de Penas y que ahora se fueron por el istmo. Tuvieron que caminar mucho, cruzar un pantano y con una gran carga para establecer un campamento base desde el que salían embarcaciones a explorar. “En el lugar llueve siempre, es difícil estar seco y varios nos resfriamos. O un chico se cortó un dedo y demoró mucho en cicatrizar, porque no teníamos agua y se llenaba de arena”, cuenta.

Llegar a zonas extremas es difícil, demanda gran esfuerzo para las personas y alrededor hay una serie de riesgos. Estos lugares suelen tener geografías complicadas y son de difícil acceso. Y suelen no tener acceso a servicios básicos como agua potable, ducha, baño, un recinto de atención en salud cercano o comodidades que en las ciudades damos por sentada.

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Extremadamente único

Pero, lo extremo tiene su lado más que positivo.

“Hay que estar acostumbrado o acostumbrarse a ciertas cosas,  pero para mí la calidad de vida es superior  en Tortel que en cualquier otro lugar. Por ejemplo, todavía puedes dormir con la llave de tu casa en la puerta y nadie entrará”, destaca Rodrigo.

“He navegado con la lancha del COPAS desde Talcahuano hasta Puerto Natales. Por mi trabajo, en COPAS y otros, me ha tocado conocer las regiones de Aysén y Magallanes casi completas por mar y por tierra. Por trabajo también conozco más de 80 glaciares en Chile, muchos que la gente no sabe que existen y algunos por los que pagan por sólo estar unas horas”,  asegura.

“No lo veo como un esfuerzo tan grande. En general, trabajar en el agua es bastante satisfactorio, porque el costo lo compensa el ir navegando y ver toninas, ballenas o una puesta de sol, o llegar al lugar. La naturaleza compensa las horas intensas de trabajo que se tienen”, manifiesta Paulina, “me gusta mucho lo que hago y me considero muy afortunada de haber estado en Ofqui: es un lugar maravilloso y feliz iría muchas veces”.

Con la misma convicción, Nicolás reconoce que  “yo hago esto porque me encanta, es mi pasión, y la recompensa del esfuerzo viene porque uno está en lugares que son paraísos y donde la mayoría no puede estar”.

Porque hacer ciencia extrema en zonas extremas da experiencias extremas que son extremadamente únicas, como conocer sitios donde no llega ni el turismo y a los que la gran mayoría de las personas jamás podrá ir, incluso si tienen un área de estudio que puede usar datos obtenidos en esa campaña. 

En este sentido, Paulina releva que “una cosa es que te lleguen los datos a tu oficina y otra muy distinta es estar ahí, mirando in situ el ecosistema y donde somos parte de este”.

¿Por qué hacer ciencia en zonas extremas?

“Siempre hacer ciencia en zonas extremas es importante porque hay poca información de estos lugares”, aclara la científica. Esto se debe, justamente, a lo alejado y difícilmente accesible de estas áreas con los grandes esfuerzos personales y económicos que demandan.

Y son sitios muy relevantes.

Si se detiene en zonas propias de Chile como su Patagonia ejemplifica que “los ecosistemas de fiordos no se hallan en cualquier parte del mundo y allí se concentra la mayor cantidad de agua del planeta”.

Además, por ser tan lejanos también son prístinos, como se considera especialmente al Canal de Ofqui, porque destaca que “es un lugar remoto donde no habita gente ni hay ningún tipo de actividad, por lo tanto, la intervención humana no existe en este ecosistema y es un punto de comparación que tenemos con otros que están bastante intervenidos”.

Así, muestrear y obtener información de Ofqui, como de otros ecosistemas de zonas extremas para analizar y generar conocimiento es una cuestión vital. Y lo es sobre todo en el contexto planetario de graves crisis ambientales que están cambiando a la naturaleza.

Por ejemplo, investigaciones en esta materia permitirán entender las condiciones naturales y reconocer el efecto real del calentamiento global y cambio climático sobre la biodiversidad. Algo que puede ser crucial para la toma de decisiones en materia de regulación de actividades humanas como la salmonicultura  en ciertos ecosistemas para protegerlos, como también en todas las acciones tendientes a mitigar o adaptarse al cambio global. 

Y apoyar en ese reto es, justamente, la misión del COPAS Coastal.

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